Después de la clase de Moni el mes pasado me hice el firme propósito de escribir algo en el Blog sobre lo que es Integrar, pero no me había sido posible. Estaba digiriendo.
Lo peor es que podía escuchar mis tripas rugir pero no sabía que me estaba causando tal indigestión y porque no lograba integrar sea lo que sea que me había comido…
El Universo como siempre colocaba pistas a cada paso, llego incluso a poner frente a mí a una chica que ha estado lidiando los últimos tres años con una extraña enfermedad de su aparato digestivo.
Finalmente mi hermana se acercó a mí, hace un par de semanas, con la propuesta de unas cortas vacaciones en un campamento tortuguero.
Debo confesar que tarde un tiempo en comprender lo que el Universo estaba maquinando para mí, pero en cuanto pude verlo sentí una de las emociones más hermosas del mundo. Solté. Ya no está en mis manos, ya no hay nada más que hacer, solo me queda disfrutar.
Lo sé, nada de lo que he escrito tiene sentido, permítanme explicarlo:
Cuando cumplí 20 años escuché, de más de una boca, que se aproximaba una crisis de identidad "la crisis de los 20". Me resultaba tan absurda la idea que ni siquiera me di cuenta, cuando comenzó la crisis. Fue alrededor de los 22 y los 23 años. Cuando la vida empezó a exigirme madurez e independencia. Madurez para tomar mis propias decisiones de vida e independencia de las expectativas ajenas. No pude, fracasé completamente, desconocía mis recursos y definitivamente no tenía idea de quién era.
La nada brillante forma en que afronte este largo periodo de mi vida fue, pegándome como ventosa al hombre del que me había enamorado (quien por cierto, atravesaba la misma crisis). Mi filosofía de vida era, que el "amor" lo podía todo. Y era ese "amor", lo único en mí que se sentía real.
Creo que es momento de darle las gracias a ese gran compañero que estuvo a mi lado, durante lo que yo llamo, los años de la depresión. Gracias por quedarte a mi lado cuando yo no era yo, sino esta especie de Frankenstein hecho de trozos de expectativas: mías, tuyas, de mi mamá, de mi papá, de amigos, maestros, etc. Un Frankenstein que se mantenía unido por el miedo, la confusión y sobretodo la necesidad de ser validada.
Finalmente un día no tuvimos más remedio que mirarnos el uno al otro y comprender que nos habíamos convertido en estos deformes monstruos. Sacamos nuestras espadas y nos asestamos golpes sin piedad. Su último golpe fue certero y me quede ahí hecha pedazos.
Terminaron los años de la depresión.
Han pasado tres años desde ese día. Recuerdo las manos generosas de mis amigos y amigas, recuerdo sus abrazos, sus sonrisas y sus palabras de ánimo y consuelo. Recuerdo el amoroso apoyo de mi familia. Pero sobre todo recuerdo el silencioso quejido que salía desde muy adentro de mí: "solo quiero ir a casa". Constantemente en donde quiera que estuviera, salía el lamento en un suspiro. "quiero ir a mi casa".
Lo más doloroso era cuando se presentaba ahí, en el lugar en el que vivía, en el que comía, me bañaba, dormía, justo a la mitad del departamento que habíamos construido juntos: "quiero ir a casa".Lo primero fue volver al lugar de la masacre y recoger todos mis trozos. Los empaque en una maleta y los cargue en mi espalda. Era el momento de soltar y dejar "nuestra casa" atrás. La tortuga se convirtió en el símbolo de mi fortaleza. "Yo soy mi hogar, llevo mi casa a cuestas".
Lo segundo, encontrar una guarida en donde pudiera protegerme, sanar y ¿volver a pegar todos mis trozos? Para ese fin, encontré un amplio departamento en Coyoacán. Viví ahí un año muy difícil, no quería volver a ser un Frankenstein así que tenía que darme a la tarea de decidir de todas esas piezas de rompecabezas, cuales me pertenecían y si quería que formaran parte de mí.
Los amigos y amigas se cansaron de esperar a que yo saliera de la cueva. Así que cuando salí, estaba muy sola. Recuerdo la mano de mi mamá apretando con firmeza la mía, invitándome a caminar. Y el lamento que seguía ahí: "quiero ir a casa".
Así fue como hace poco más de un año gracias al apoyo incondicional de mi mamá, llegué a casa. Es un hermoso departamento en Coyoacán, con un aún más hermoso jardincito justo en el centro, verde y lleno de vida. Podría alargarme muchísimo contándoles todo lo que ha sucedido aquí, se me ocurre que la mejor manera es con una pequeña lista.
- Recuperé a mi familia (les debo más fotos)
- He hecho nuevas y más sanas amistades
- Nació Círculos en expansión
- He construido un hogar para mí y para Cuca (mi perro)(Ana plis unas fotitos de mi casa)
- Descubrí que ese anhelo de "ir a casa" era el deseo de estar en mí; de ser Yo.
Integrar para mí significa crear algo nuevo. Una nueva Yo
Estos tres departamentos en los que me ha tocado vivir los últimos tres años son la expresión de lo que sucedía y sigue sucediendo en mi interior; Son la metáfora de la tortuga, llevando su casa a cuestas, cargando un caparazón en donde esconderse. Ya no necesito ser la tortuga. Ha llegado el momento de soltar, de abrir la puerta y salir.
¡Llego el momento de liberar a la tortuga!!!!!!!!!!!
Sat Deva
2 comentarios:
ándale! espero ser de tus sanas amistades, aunque mentalmente no me vea muy sana sana colita de rana ana...jajaja...
Es increíble cuando una se da cuenta de las cosas que están pasando, y las vas integrando... del centro hacia afuera y pa todos lados así bien loco loco con cucas y mamus corriendo por todos lados (shh ardilla cállese!)
Me encantó lo que escribiste para soltar,soltar cada cosa, digerirla... las pruebas se nos siguen presentando de frente y grandototas y pesadotas, pero saldremos adelante como círculos y bolitas de jabón transparentes :)
(no sé ni qué dije... creo que esta ardilla nunca se calmará, pero me cae re bien jajaja)
en fin... miles de abrazos, estoy muy feliz por ti y tus avances amigocha...
ahí nos vidrios!
;)
envío fotos a tu mail en un ratoncito... vaquero, que quiere soltarse de la prisión!
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